Llevé los libros a mi casa paterna y armamos una fogata viendo crujir la tapa de plástico del libro rojo de Mao, y mi padre agregó sus fotos de marinero cruzando el Ecuador con sus compañeros- mi hermana habÃa sido torturada-; callados los dos asistimos a la quema. El, un carpintero anarco se habÃa alistado de marinero para recorrer el mundo en el Tacoma.
Ibamos a pescar a
Cuando él enfermó y un dÃa antes de morir, en aquella sala poblada, donde al que estaba “próximo” lo separaban con cortinas, me dio su último ejemplo: “aquella vez de la quema estuvimos mal; vos por miedo y yo por odio. Que nunca más nos suceda”.
Luego, mis hijas leyeron el Ariel de Rodó, y me llamaron del liceo porque era un libro prohibido. A fin de año quemamos con mis hijas todos los libros de Educación CÃvica con la convicción de que era sólo libertad.
(Ah, y debo decir, que en ese interin murieron mis amigos, parientes, las mujeres vejadas, los niños robados…, como les pasó a miles de Uruguayos que vivimos el dolor en carne no ajena).
Hoy, como docente, puedo hablar con generaciones muy jóvenes que no entienden ese dolor, y es sencillo, porque no lo vivieron. Y debo recordarles que para atarse y desatarse a entera voluntad hay que ser dueño del nudo y de la cuerda; y que todo puede ser liso por arriba, pero hay situaciones sin resolver- cosas enterradas- que tenemos que internalizar en nosotros hasta que se “hagan carne”, y que las “quemas” no lleven implÃcito ni el miedo ni el odio. ¿Cuánto Espacio/Lugar/Tiempo necesitamos?
Marta Pagliano