Miró, Doménech, Calatrava, GaudÃ, se presentan uno a uno ante mi, magistralmente como mis consejeros espirituales. En susurros me guÃan por la secreta senda que conduce al la morada de la bellezadesafiante. No solo la policromÃa. El blanco el negro y el gris poseen tanto caudal por si mismos que el espectador podrá nutrirse de emociones tal vez nunca despertadas. Reavivan en mi ese otro lente, inconmensurable e infinito, pues todos los fotógrafos sabemos que nada podremos hacer si no contamos con él. No tiene ni número ni modelo ni código ni formas. Es atemporal. Es el que nos va a llevar a la grandeza de la imagen. Es el que está ligado, atado y unido a la conciencia, al corazón y a la libertad de expresión. No se vende. Es nuestro lente interno. Solo se presta por ese Ãnfimo instante en que el espectador disfruta de nuestra obra, pero que quedará para siempre unido a los demás, ésto, solo dependiendo de la imagen que hayamos prestado, imagen que nunca más será nuestra, como nunca más fueron mÃas los “Siete Momentos en AnÔ ni “La Dimensión de los Ladrillos surge de las manos del Hombre” ni “ La Habana, mi mirada” entre otras.
Comenzaban a apagarse las arañas de la BasÃlica Nuestra Señora Santa MarÃa del Mar, en pleno Barri Gótic,
Atrás iba quedando en mi memoria el Museu d’ Historia de la Ciutat, la Catedral, el Monument a Colom, La Sagrada Familia, la Casa Milà de GaudÃ, la Oficina del Correo…