Carolina Scavone, acompaña esta fiesta desde hace algunos años, perfeccionando su mirada. Nos hace cómplices, introduciéndonos sigilosamente, en el disfrute de historias de brillo, lujo y pasión, que celebran las noches montevideanas por más de 40 días en los veranos del hemisferio sur.
Esa manifestación pagana dedicada al Dios Momo, deidad de escritores y poetas, vuelve en cada febrero con su espíritu de crítica burlona. Fiesta que transforma un paisito, aparentemente tranquilo, en un bullicio de cantos, chistes y color. Broma que parodia las alegrías y tristezas de la sociedad.
Bajo el abovedado templo de Momo, el esfuerzo, cansancio y trabajo se oculta para vestirse con sus mejores galas. Ambivalencia que existe en el disfraz, a la que Carolina llega con su lente y nos muestra, en un juego de espejos, al personaje y su mundo interior.
La misma pantalla que protege la fisonomía exterior proyecta zonas ocultas de la interioridad, convirtiéndose en una reveladora aproximación a las profundidades del yo. Claude Gaignebet
En sus imágenes nos vemos reflejados identificándonos en los distintos personajes o situaciones. Estas fotos, de vibrante color, nos muestran el sentir de un colectivo social. Son la traducción de códigos culturales y una cierta manera de ver el mundo. Un corte en el tiempo, un fragmento en el transcurso del año donde un pueblo se viste de fiesta y se burla de sí mismo.
Cae la careta gris de la apatía para mostrarnos los colores y claroscuros que nos constituyen.
Lic. Solange Pastorino